Era un día espléndido, asombroso, perfecto. Los pajaritos volaban felices y las nubes eran tan blancas como la nieve. Los árboles estaban en flor, e incluso había una familia de conejitos correteando por ahí. El césped estaba verde y bien cortado, y había muchas margaritas. Se podían divisar las montañas nevadas a lo lejos. Cuando terminé de analizar la escena, decidí abrir la puerta e ir a desayunar.
Laura Muñoz
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